miércoles, 12 de agosto de 2009

Manuel Martín Rodríguez, rociero.


La devoción de los isleños por la Reina de las Marismas no nace con la creación de la Hermandad Filial en 1973, sino que se remonta a muchos años atrás, décadas incluso, en la que grupos de isleños, de manera más o menos organizada, acudí­an a la aldea a posarse ante sus pies. Recordemos aquí­ cómo a principios del siglo XX señoras de la alta burguesí­a local, como Dolores Romeu Portas e hijos o Hermenegilda Zamorano Soler se desplazaban con asiduidad hasta la aldea, dejando numerosos testimonios de su devoción a la Señora en forma de donativos aún hoy conservados. En las décadas de 1930 a 1950 el matrimonio formado por Francisca Arenas Noya y Ceferino Bocanegra Sánchez, él natural de Villamanrique de la Condesa, también organizaban anualmente su peregrinación hacia las marismas, acompañados de numerosos vecinos. Traemos hoy, sin embargo, la biografí­a de un isleño que se destacó sobradamente en su devoción a la Virgen del Rocío, acudiendo en infinidad de ocasiones a Ella, fuese o no tiempo de romería. Nos estamos refiriendo a Manuel Martí­n Rodrí­guez (Isla Cristina, 1880-1929). Hijo del rico industrial conservero Juan Martí­n Cabet, gozaba de un capital que le permití­a sus numerosos viajes a la aldea y la asistencia ininterrumpida a cuantos actos se celebraban en honor de la Virgen. La ascendencia materna de su familia, proveniente de Gibraleón y, más atrás, de San Juan del Puerto, debieron influir sin duda en la devoción de esta familia isleña, puesto que además, Manuel contaba con varias hermanas de nombres tan rocieros como Blanca o Pastora. Muy vinculado a la ciudad de Huelva por lazos familiares y comerciales, enseguida se integró en la Hermandad de la capital onubense, con quien solía hacer el camino, en todo o en parte, habiendo testimonios recogidos por el historiador onubense Antonio J. Martínez Navarro, del grupo con el que solí­a compartir dichos caminos, todos ellos rocieros de pro: Manuel Siurot, los Pérez de Guzmán, la familia Segovia, los Muñoz de Vargas, Pedro Alonso Morgado, etc. Sabemos que en 1914 no pudo hacer el camino con la Hermandad de Huelva desde la salida, incorporándose en la localidad de Villarrasa, lo que viene, curiosamente, a estrechar más los lazos de unión entre las dos Hermandades. En 1919 fue testigo de honor de la Coronación Canónica de la Virgen del Rocí­o, conservando sus familiares de este hecho el libreto del Pontifical celebrado con tal motivo, donde se contienen las famosas sevillanas dedicadas a la Virgen por el canónigo de la catedral sevillana, Juan Francisco Muñoz y Pavón. La foto que ilustra este artí­culo fue realizada en el interior de la vieja ermita, una de las veces que la Virgen fue colocada en sus andas y encontrándose presente Manuel Martí­n, aprovechó la ocasión para fotografiarse con Ella. En Almonte se encuentra una fotografía similar donde las que están junto a la Virgen son las camaristas de la época, pero que, sin embargo, no se atrevieron a posar, como si hizo nuestro paisano, subido en las propias andas, sino que se encuentran escoltando a la Virgen desde el suelo. La devoción de este isleño por la Virgen del Rocío hizo que a sus tres hijos mayores los bautizara, respectivamente, como Manuel del Rocí­o, Juan Manuel del Rocío y María del Rocí­o, testimonio de esa devoción. La muerte a temprana edad, ocurrida en 1929, vio truncada no sólo su vida terrenal, sino la espiritual, pionera en Isla Cristina de la hoy tan universalmente extendida devoción hacia la Santísima Virgen del Rocío.

Agustín P. Figuereo

jueves, 18 de junio de 2009

El Rocío, incopiable.




Sobre el Rocío existe una historia, una hermosa y poética leyenda, algunas preguntas sin respuestas, tantas o más suposiciones y, por encima de todo, una realidad incontrovertible que el pueblo de Almonte se encarga de custodiar celosamente.

La historia se remonta a los tiempos inmediatamente posteriores a la Reconquista cuando el marianísmo de Alfonso X El Sabio llevó la devoción a la Virgen a los sotos y terrenos de cacería donde él mismo y su caballería militar se ejercitaban en el arte de la guerra contra los jabalíes y otras especies que poblaban el actual Coto de Doñana.

En el “Libro de la Montería” de Alfonso XI se dice que “hay una tierra que dicen de Las Rocinas ( ... ) et señaladamente son los mejores sotos de correr cabo de una Iglesia que dicen de Sancta María de las Rocinas”.

La leyenda describe la aparición de la Virgen a un pastor y cazador de Villamanrique de la Condesa, la antigua Mures, llamado Gregorio, o Goyo Medina, al que el pueblo ha dedicado una calle recordando además el hecho divulgado en trovas del siglo XV en un hermoso azulejo situado en la fachada de su Ayuntamiento.

Es leyenda histórica en realidad. Está probado que Goyo Medina llegó corriendo al pueblo llevando con él la pequeña imagen de la Virgen Maria que había sido escondida en la oquedad de un árbol probablemente por los soldados cristianos del Rey sabio para defenderla de cualquier profanación y que se mostró ante el cazador cuando se desprendió la corteza que la ocultaba. Hasta aquí, la historia. El proclamó que la Virgen, bajando del Cielo, se le había aparecido. Esta, la leyenda.

Las preguntas no son numerosas, pero sí incómodas, especialmente para quienes defienden la transparencia de la génesis de la romería.
Una de ellas tiene como antecedentes estos párrafos que figuran en la importante obra “El Rocío, fe y alegría de un pueblo”

“Antiguamente, cuando aun no se hacían medallas, los rocieros colocaban alrededor de la copa de su sombrero andaluz una cinta con la efigie de la Virgen del Rocío estampada en ella.
La cinta se fabricaba en varios tonos de color, siendo los más frecuentes el verde, el amarillo y el rojo.
En su principio, esta cinta, a modo de lazo de raso de seda, no tuvo el destino para el cual hoy se utiliza: adorno del sombrero. Fue su origen el llevarla como recuerdo de la Virgen, tras la Romería, porque además de ser retrato estampado en tela, era también la medida de la primitiva imagen. Así lo dice la leyenda escrita que llevaba grabada: “Verdadera medida de Nuestra Señora del Rocío”
En muchos hogares se guarda todavía celosamente esta cinta, alguna que otra de rancio sabor y antigüedad”


La figura hallada en el siglo XV por el cazador manriqueño Gregorio Medina guardaba esas proporciones ya que media una vara, es decir alrededor de ochenta y cinco centímetros.
De la sorpresa del pueblo llano cuando al llegar en una romería se encuentra a la Virgen tan crecida habla la letra de estas viejas sevillanas:

La Virgen del Rocío
como es tan alta
se le ven por abajo
enaguas blancas.
Y, por arriba,
se le ven los collares
de perlas finas.



José Luís Garrido Bustamante
El blog de Garrido Bustamante.